Por Jinit Desai, VE voluntario, Mayo 2014
Hace un par de veranos, pasé un tiempo como estudiante de intercambio en Santiago, Chile. Me convertí en un explorador, y descubrí un nuevo mundo lleno de belleza y amor. Me descubrí a mí mismo. Mi vida no es la misma desde entonces. Este verano, he vuelto. Solo que, esta vez, no voy a estudiar el sistema de sanidad ni llevar a cabo observaciones clínicas. Soy voluntario de VE Global, una pequeña organización sin fines de lucro con un compromiso con el futuro de nuestro planeta. Un compromiso con nuestros jóvenes. Al igual que Estados Unidos, Chile está llena de terrible desigualdad. Unos cuantos se adueñan de los recursos de los ciudadanos. ¿Quién paga el precio al final de tal sistema definido por la disparidad económica? Los niños. ¿Cuál es el precio?, te preguntarás. Sus futuros.
La dualidad está en todas partes en Santiago. La montañas cubiertas de nieve alzándose por el cielo del este son impresionantes. Al igual que la nube de contaminación. El transporte público funciona bastante bien. También resulta que es increíblemente caro y está ridículamente atestado de gente. La gran mayoría de los chilenos son católicos. Pero no lo deducirías después de un paseo por el parque un domingo. Tampoco podrías deducir la edad media a la que los jóvenes inician sus prácticas sexuales. Los chilenos beben demasiado, fuman aún mas y viven llenos de estereotipos subversivos. Pero también aman el fútbol, los dulces y el pan. Les encantan sus bares, clubes y besos. Aman a su país, y ese amor se comparte abiertamente. Las culturas tienden a ser imperfectas, y en eso Chile no es una excepción. En una ciudad de contraste y conflicto, es difícil no pensar en los pequeños del Hogar Posada del Niño.
Posada acoge a 19 niños, marginados y en situación de peligro, de edades comprendidas entre los 8 y los 18. Cada uno de ellos ha sufrido una combinación única de injusticias impuestas sobre ellos por sus familias y el sistema. Soy mentor, enseño y proporciono apoyo. Actúo como bastón, como sonrisa, una risa, un abrazo. Estoy ahí para lo que necesiten. Entre oleadas de insultos cargados de connotaciones sexuales, violencia y amenazas, ventanas rotas, mascotas muertas y complejas redes interpersonales, historias y motivaciones, puede ser difícil ceñirse a un plan. Cada día es distinto. Pero cada día vale la pena.
Nadie elige nacer. Algunos de nosotros somos lo bastante afortunados para caer en los suaves y acogedores brazos del amor incondicional. Bastiones de conocimiento personal, emocional e intelectual marcan el viaje. Si tienes suerte, vives y aprendes. La buena fortuna, como todas las cosas, no se comparte fácilmente. No a menos que NOSOTROS compartamos la nuestra.
Cada niño se merece una oportunidad: la oportunidad de cultivar su mente, nutrir su alma e irradiar confianza.
Puede que solo sea un estudiante. Puede que solo tenga 21 años. Pero he sido bendecido con mucha suerte, buena y mala. Sé cómo se siente al perderlo todo. Conozco la frialdad de la muerte. Conozco la ansiedad que produce la pobreza. Conozco el entumecimiento que produce el dolor. Y conozco el amor y la sabiduría, no importa cuan oscura o densa sea la oscuridad, que brilla tan radiante como el día. Cuando las aguas se tornan turbias en la Posada, me recuerdo ser paciente. Estos niños, como todos los demás, son obras en curso. Solo porque el curso sea algo lento o parezca detenido no hace que el esfuerzo sea inútil. No me puedo rendir. Estos niños ya están demasiado acostumbrados a adultos que abandonan.