Me senté en el Starbucks que está al lado de la Plaza de Armas en Cuzco, Perú. Sí, Starbucks. En mi defensa, les diré que era la última semana de un viaje de cinco meses por Costa Rica, Panamá, Chile, Argentina, Bolivia y Perú. A estas alturas, estar en un lugar algo familiar se sentía bien.
De los cinco meses en Latinoamérica, estuve cuatro en Santiago de Chile. A través de VE Global, trabajé en Hogar Posada del Niño (los de VE lo llaman simplemente Posada), una hogar de protección para niños sacados de sus hogares por orden judicial. Sentado ahí con mi café con hielo y un diario, tuve algo de tiempo para reflexionar y escribir sobre mis experiencias en Posada, definitivamente mi lugar favorito en Santiago.
Pronto me quedé absorto en recuerdos de lo que allí era un día típico. Nuestro equipo de voluntarios llegaba sudando y de mal humor tras un recorrido en bus de cuarenta minutos desde el centro de la ciudad. Revitalizados por la energía de los niños (¿o quizá por los globos de agua?), organizábamos una serie de actividades y talleres: sesiones para ayudarles con las tareas, clases de cocina, excursiones a parques locales, fiestas improvisadas de baile y, por desgracia mía, partidos diarios de fútbol. Los chicos se aseguraban de recordarme siempre lo pésimo que soy jugando al fútbol. La grandiosidad de Machu Picchu y la serenidad del Lago Titicaca me conmovieron, pero los momentos más transcendentales tuvieron lugar en este hogar de niños.
Con mi café terminado ya hacía tiempo, plasmé mis pensamientos en mi cuaderno y continué mi viaje por Perú. Terminar mi tiempo en América Latina viajando solo me brindó tiempo de sobra para reflexionar. Mientras deambulaba por las calles estrechas de Cuzco y observaba en el horizonte a los barcos ir a la deriva desde las costas de Lima, me pregunté cómo continuaría defendiendo a los jóvenes desfavorecidos una vez volviera a casa. Mis experiencias, complementadas por VE Global mediante capacitaciones, seminarios y conversaciones exhaustivas sobre el desarrollo de la primera infancia, crearon en mí unas ansias por continuar la labor de ayudar a niños en comunidades vulnerables en un contexto más local.
Durante el viaje, me habían aceptado en la Facultad de Derecho donde postulé. Además, tenía trabajo seguro como asistente legal en un gran bufete de abogados. Ser abogado había sido siempre mi sueño y parecía que estaba dando todos los pasos adecuados en esa dirección. Pero trabajar en Posada me cambió. A pesar de su constante uso de garabatos en el campo de fútbol y de sus bromas bastante innovadoras, los chicos de Posada me inspiraron a probar mi suerte y continuar explorando mi nueva pasión.
Ahora soy Coordinador de Programa con Mission Graduates, una organización sin fines de lucro con sede en San Francisco. Trabajamos para aumentar el número de estudiantes universitarios en el Mission District de San Francisco, una comunidad predominantemente latina. Trabajo con colegios locales para promover el rendimiento académico de los estudiantes, muchos de los cuales provienen de entornos de habla española. Dirijo clases sobre el desarrollo del liderazgo, superviso los programas extra-escolares de enriquecimiento del estudiante y doy clases particulares cada día. En muchos sentidos, mi trabajo actual refleja mis experiencias en Posada. A pesar de su ubicación en medio de una ciudad próspera, nos esforzamos por garantizar la igualdad de oportunidades y apoyo para cada niño, sin importar su origen y clase socioeconómica.
Todavía tengo intención de estudiar derecho, y sin duda mis experiencias con VE Global y Mission Graduates me ayudarán en mi futuro puesto laboral: abogado de los derechos civiles. Con una apreciación más profunda del trabajo de mis colegas y mentores activos en el campo de la educación (profesores, tutores, consejeros, mentores, defensores y administradores), espero poder siempre incluir en mi trabajo como abogado un énfasis especial en la igualdad de acceso a la educación.
Hacia el final de cada día en Posada, solía caminar por la calle hasta un local de comida junto con mis compañeros voluntarios Giancarlo, Anderson y Jesús, para comer una cena barata de pollo asado. Hablábamos sobre los desafíos del día y compartíamos historias divertidas mientras lanzábamos las sobras a perros vagabundos. Estas charlas se convirtieron en una especie de tradición, una forma de reconectar con los compañeros después de un día épico. En esos momentos, veía en mis compañeros voluntarios, ahora amigos para toda la vida, lo que veía en mí: transformación.
Esta experiencia nos conectó con una misión mayor que llevamos con nosotros a nuestras comunidades (junto con una nueva apreciación por el genio musical de Nene Malo). Sigo comprometido con la misión de VE Global y con su visión de una comunidad global que garantiza la igualdad de oportunidades para todos los niños.