Por Katie Nykanen, Voluntaria de VE Global, Enero 2015
Mi última obra de teatro en secundaria fue lo más cercano que se puede llegar al éxtasis creativo. Interpreté a Celia en As You Like It durante mi último año como estudiante en un departamento muy reconocido de teatro trabajando con un director galardonado, rodeada y apoyada por un talentoso elenco y equipo de ambiciosos y motivados compañeros de clase. Teníamos un hermoso espacio, un abundante presupuesto, además de las palabras y personajes de Shakespeare para inspirarnos y el mundo del Bosque de Arden en donde actuar.
En mi primera obra teatral luego de la graduación, yo era escritora, directora, jefa de utilería, diseñadora de vestuario, y diseñadora de escenario. Con un presupuesto de gasta-lo-menos-que-puedas, otros dos voluntarios y yo montamos una obra de diez minutos que yo había escrito, en un idioma que aún estaba aprendiendo: la obra se trataba de un grupo de chicas astronautas que conocen a un familia extraterrestre en un planeta recién descubierto. Nuestro elenco consistía en seis niñas que vivían en el Hogar San Francisco de Regis, un hogar de protección para niñas que han tenido sus derechos vulnerados en Santiago de Chile. Teníamos tres semanas para prepararnos para nuestro debut en el Festival de Arte. ¡Que Emoción!
Pasé nuestros ensayos suplicándole a la cocinera-astronauta y a la exploradora-astronauta que dejaran de pelear mientras secaba las lágrimas del perro-extraterrestre. Me reía, rogaba, reclamaba, dirigía y suplicaba¡ Hablen más fuerte!” y “¡No muestren sus potos al público!” Practicamos el guión hasta poder recitarlo en mis sueños, y aún así, de alguna manera las palabras correctas y el orden de los eventos se les escapaban de la memoria de mis pequeñas cadetes espaciales. Luchamos para que tomaran turnos para hablar, que dejaran de pelear y gritar, que se mantuvieran quietas en sus asientos, que no se subieran a la mesa, y que retuvieran sus impulsos de bailar en momentos no apropiados. Algunas veces yo gritaba y me avergonzaba; luego respiraba profundo e comenzaba de nuevo con una sonrisa y algo de reforzamiento positivo. Probablemente nunca antes me había sentido tan frustrada y tan desafiada en mi vida. Aun así, esto también era de alguna manera llegar al éxtasis creativo.
Llegó el día del show y veía cómo estas pequeñas astronautas con sus propulsores espaciales hechos de botellas de Coca-Cola y cascos de papel maché y estas extraterrestres con sus marcos de lentes raros y labios pintados de azul marchaban alrededor del escenario en una nave espacial de cartón (cuya construcción fue nuestra mayor ambición y logro artístico) i como se les olvidaba el diálogo, se susurraban las que sí recordaban, y giraban sus traseros hacia el público: sonreía grandemente ante sus risas irónicas y sus desconcertadas pero satisfechas miradas, y fui testigo de cómo el bicho del escenario picó sus pequeños potos que apuntaban hacia el público. Los alentamos en silencio, reteniendo nuestra propia respiración y celebrando el triunfo de cada medio paso que dieron bien. Cuando la obra concluyó las ovacionamos, aplaudimos, nos abrazamos, nos besamos y les dijimos una y otra vez que eran maravillosas. Ellas se sonreían y se deleitaban en su gloria. Una niña decidió que ya quiere ser astronauta de grande; otra de ellas, una actriz.
Ya estoy de vuelta en Estados Unidos desde hace algunos meses, reflexionando sobre mi tiempo en Chile. Aprendí un nuevo idioma, hice muchos nuevos amigos, exploraba y viaja mucho. Además pasé por hartos desafíos y me maduré como individuo mientras me enamoraba de una nueva cultura, un nuevo lugar, nuevas personas y una nueva experiencia totalmente diferente a cualquiera había vivido antes. Sin embargo, los rostros que vienen a mi mente con mayor frecuencia son los de estas niñas: estas pequeñas guerreras del amor. Ellas han dejado sus pequeñas huellas por todo mi corazón. Sueño con su sentido de la diversión,de sus travesuras y de su impulso desafiante de amar y ser amadas.
Durante mi tiempo en el Hogar San Francisco, fui maestra de teatro, niñera, artista, diplomática, guardadora de secretos, oso de peluche, entrenadora, oficial de policía, la tía que regalonea, detective, compañera de juegos, payaso, bufón, profesora de inglés, estudiante de español y comediante. Pero, más que esto, fui amiga, fui compañera. Yo era la Tía Katie, la que nunca entendió nada a menos que le hablaras de forma muy, muy lento. Tía Katie, la que bailaría como un loco si Taylor Swift sonara en la radio y que cantaría baladas operísticas de forma dramática. Tía Katie, la que hacía caras que causaban sonrisas y carcajadas y que siempre tenía un proyecto de arte bajo la manga. Tía Katie, la que mantenía sus manos y brazos libres para subirte a los brazos, darte abrazos y la que saltaría una trás otra vez a a la piscina gritando. Aprendí a ser una versión de mi misma que era un poco más amorosa y un poco más paciente.
Como seres humanos, hablamos de nuestro deseo de sentir amor: de ser compasivos y amorosos – de vivir y andar de esa manera. Creo que tenemos la tendencia de abstraer este concepto e idealizarlo, sin darnos cuenta de lo difícil que es. Amar es trabajo: a menudo puede ser hasta desagradecido y frustrante. Amar es un verbo activo y lo debemos hacer y practicar una y otra vez para convertirlo en una parte esencial de nosotros. Creo que muy poca gente ama ferozmente y manera desinteresada. Eso es una decisión nuestra. Dios sabe que yo estaba lejos de ser la Tía perfecta para las niñas, a menudo impaciente y fácil de hacer enojar, pero comencé a aprender a tomar la decisión de amar. Aprender algo emocional es tan distinto a aprender algo intelectual – y mi tiempo en el Hogar San Francisco me marca el inicio de una educación emocional de tomar la decisión de amar desinteresadamente. He dado pasos en esa dirección de convertirme a mí misma en una guerrera del amor: mi más preciosa lección de Chile y de las niñas.
Pasé el invierno pasado trabajando a tiempo completo para VE Global, una organización cuya misión es promover el desarrollo de niños en situación de riesgo social en Chile, mediante la preparación de voluntarios para que sean modelos positivos de vida, cumplan un rol formativo y aboguen por la justicia social. VE abre puertas y oportunidades para voluntarios que sienten el llamado del amor, pero no saben cuál es el siguiente paso para actuar. En VE, ayudan a proveer el apoyo y amor necesario para crear infancias felices y saludables para niños que alguna vez vivián la amenaza de no tener ninguna. Ellos combaten algunos de los más difíciles problemas sociales de nuestro tiempo, como la pobreza, invirtiendo en nuestra mayor esperanza: los niños y las niñas. Crean mejores seres humanos por medio de su red de voluntarios y los niños y niñas a los que sirven. Me siento honrada y orgullosa de ser una pequeña parte de su visión.